Magufos Anónimos: Daniel Dreser


Mi nombre es Daniel Dreser, vivo en la ciudad de Cuernavaca Morelos y nací en México D.F. en el año de 1971. Crecí en una familia secular: nuestros padres no nos impusieron ninguna creencia religiosa y me siento muy afortunado por ello. La etiqueta “ateo” se la escuché por primera vez a un amigo de la infancia cuando le dije que no creía en la existencia de Dios. Al igual que muchas personas y pese a haber crecido en una familia libre de religión, libre de dogmas y liberal en muchos sentidos, no fui inmune al pensamiento mágico ni al embate de la pseudociencia.

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LA CARTA ASTRAL

Cuando tenía unos 11 años de edad, una amiga de mis padres de quien se decía era una “astróloga profesional con estudios universitarios en el extranjero” le regaló a mi mamá una carta astral mía, creo que como agradecimiento por algún favor. Sobre un largo rollo de papel cuidadosamente guardado estaba dibujada mi carta natal acompañada de una larguísima interpretación en letra manuscrita. ¿”Estudios Universitarios en Astrología”? aunque no podía explicarlo, recuerdo pensar que algo no encajaba en esa afirmación que era dicha con mucha seriedad.

Hasta donde recuerdo, en pocas palabras la carta decía que yo era un alma muy vieja, que era un chico súper inteligente y que poseía grandes capacidades (o algo así). Por supuesto había una condición, un comodín bajo la manga de la astróloga: dependía de mí saber aprovechar esas grandes capacidades. En el fondo, aunque dudaba mucho de la astrología, yo quería creer que sí fuera verdad lo que decía la carta. Después de todo ¿quién a esa edad no sueña con un futuro prometedor? Y si esos anhelos estaban respaldados por lo que decía una “profesional”, con toda seguridad así sería.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de decepcionarme de mis supuestas “grandes capacidades” cuando comencé a tener dificultades en la escuela con las matemáticas y otras asignaturas. Tiempo después, por ejemplo, el cálculo diferencial e integral fue un verdadero dolor de cabeza para mí. Por más que me esforcé, el cálculo simplemente no me entró en la cabeza. Y por supuesto, tampoco fui ningún “líder” como se dice de los que nacemos bajo el signo de Leo. Nada que ver con lo que dijo la astróloga. Quizá si los astros hubieran dicho que yo sería una persona incrédula y pesimista estaría sorprendido, pero la astróloga no mencionó nada de eso.

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EL OCULISTA HOMÉOPATA

Cuando mi hermana y yo comenzamos a presentar síntomas de miopía durante la preadolescencia, mi papá –un buen hombre siempre preocupado por el bienestar de sus hijos- pensó que el uso de anteojos tal vez no era la única opción, a lo mejor había otra solución. Así, la misma señora astróloga le recomendó a mi papá un “Oculista Homéopata” en el Distrito Federal que podía “curar la miopía” con homeopatía (es una lástima que no recuerde el nombre del Doctor porque me gustaría escribirle y decirle un par de cosas).

El consultorio estaba llenísimo, más lleno que cualquier consultorio del Dr. Simi de hoy. Recuerdo que, entre los pacientes, había una señora de edad avanzada con serios problemas de visión que tenían que ayudar a caminar sujetada de los brazos para que no tropezara. Finalmente entramos a consulta con el Doctor que nos salvaría de tener que usar los horribles anteojos. Después de examinar nuestro estado de salud visual y determinar la graduación requerida (como cualquier optometrista) el Doctor procedió a buscar en un estante lleno de frasquitos el remedio homeopático para nuestro tratamiento. Las indicaciones eran algo así como: «dos veces al día te pones dos chochitos debajo de la lengua del lado derecho durante tantos segundos antes de ingerirlos. Luego, haces lo mismo pero del lado izquierdo de la lengua». Además, el tratamiento debía acompañarse de ejercicios para los globos oculares: «primero voltea los ojos hacia arriba: uno, dos, tres… quince veces. Lo más hacia arriba que puedas mover los ojos. Luego hacia abajo: uno, dos, tres… quince veces. Lo más hacia abajo que puedas mover los ojos. Luego lo mismo hacia la derecha y lo mismo hacia la izquierda. Dos veces al día. Y regresan a verme” (y a pagarle).

Yo ya había leído algo sobre los defectos de la vista en una enciclopedia que teníamos en casa y aunque no entendía cómo es que unos chochitos de azúcar con sabor a alcohol iban a corregir el defecto de mis ojos seguí el tratamiento al pie de la letra, pues la señora astróloga aseguraba que sus hijos ya no necesitaban anteojos gracias al tratamiento homeopático (confieso que a escondidas me comía más chochitos de los indicados porque estaban deliciosos). Fuimos a ver al Doctor una o dos veces más hasta que mi papá desistió y nos llevó con un oculista de verdad que nos recetó anteojos. Ese fue mi primer y último encuentro con la homeopatía y desde entonces me pareció una tomada de pelo.

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LA HERRADURA DE LA SUERTE

A la edad de 12 años yo pertenecía a un grupo Scout. Un día, a varios integrantes de la tropa se nos ocurrió la “brillante” idea de ir a acampar a la montaña completamente solos, sin guías ni ningún adulto que cuidara de nosotros. Fue desastroso. A mitad de la noche, perdidos en el bosque y sin tienda de acampar porque alguien la había olvidado, nos sorprendió una lluvia torrencial que nos obligó a caminar para buscar refugio. Mientras levantábamos campamento encontré una vieja herradura oxidada, la tomé para verla y después volví a dejarla en el suelo.

Después de caminar un rato a oscuras y con el agua escurriendo entre las botas volví a tropezar con la misma herradura: eso “tenía que tener un significado, ¡seguramente era una herradura de la buena suerte!” (en realidad significaba que habíamos estado caminando en círculos). Así que, esta vez, guardé la vieja herradura entre mis pertenencias y seguimos caminando por horas hasta que encontramos refugio bajo la marquesina de la entrada de una casa.

Al día siguiente llegué a casa hirviendo de fiebre. Contraje una neumonía que me tuvo en cama por varias semanas. Cuando mejoré aún no terminaba la temporada de lluvias pero había que regresar a clases, así que mi mamá iba por mí a la escuela para evitar que me mojara ya que aún estaba delicado de salud. Y comenzaron las calamidades: uno de esos días lluviosos cuando iba por mí a la escuela cayó un árbol justo enfrente del auto de mi mamá. Otro día, un conductor perdió el control y se estrelló contra su auto y tampoco pudo llegar por mí. En casa, estas aparentes confabulaciones en contra de mi salud se las atribuyeron a la herradura que encontré en el bosque, “tenía que ser de mala suerte”. Y se deshicieron ella.

Esta historia la conté por años. Lo recuerdo bien porque (además de lo gravemente enfermo que estuve) me parecía que “era demasiada coincidencia” haber tropezado dos veces en el bosque con el mismo objeto, a oscuras y bajo la lluvia.

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REFLEXIÓN

De niños somos propensos a creer todo lo que nos dicen los adultos que cuidan de nosotros. Les creemos cuando nos asustan para que no metamos un tenedor en el enchufe o cuando nos asustan para que no juguemos cerca de la estufa; pero también les creemos cuando nos transmiten supersticiones e ideas irracionales. De adultos apostamos con nuestros “números de la suerte” en los juegos de azar y les creemos a los reclutadores del Multi Level Marketing cuando nos dicen que haremos mucho dinero trabajando poco, porque queremos creer que así será. Se nos dice hasta el cansancio que “hay que tener fe y que hay que pensar positivamente”, en lugar de enseñarnos a dudar y a ser realistas. De generación en generación se transmiten las ideas de que “pasar el salero de mano en mano es de mala suerte”, que es importante persignar a los niños antes de dejarlos en la escuela y que la fiesta de XV años de la niña es importantísima aunque ello signifique endeudarse hasta el cuello.

No se nace siendo escéptico, es mucho más fácil e instintivo “creer” que pensar escépticamente. Tampoco se logra de la noche a la mañana, se requiere de un esfuerzo y un proceso constante de auto crítica que no es sencillo. Algunas de las ideas y prejuicios que hasta hace poco tenía, hoy las encuentro irracionales. Y probablemente en un futuro algunas de las ideas que hoy doy por sentadas también las descartaré por encontrarlas irracionales.

9 comentarios sobre “Magufos Anónimos: Daniel Dreser

  1. A ver cabron… «haber tropezado dos veces en el bosque con el mismo objeto, a oscuras y bajo la lluvia.» no solo es «mala suerte» es ser pendejo con mala suerte 😀

    yo me acuerdo que me llevaron al homeopata un par de veces, recuedo el sabor de lo chochitos, sin embarfgo no se el porque fui, pero no fue para ejercitar ojos. yo creo que todos de chicos pasamos por este tipo de cosas, mi hijo creo que no tendra mucho de esto pues tiene un padre que como lo chinga y a cada rato le digo, si no sabes me preguntas e investigamos, a tal grado que fue el primero de su escuela en saber lo de santa, y el cabron se lo dijo a sus compañeros.

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    1. Jajaja, gracias por tomarte el tiempo de leerlo tocayo. Mi hijo igual, en una excursión que tuvieron en la primaria al «Jardín Etnobotánico de Cuernavaca» cuando empezaron a hablar de homeopatía y dijo que eso es una pseudociencia se le echaron todos encima, incluyendo la «maestra» 😛

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